Article by Roman Flores, Catechetical Ministry Coordinator
The month of July is traditionally dedicated to the Precious Blood, inviting Catholics to meditate on Christ's redemptive sacrifice and the shedding of his precious blood for all humanity. Falling right between June’s devotion to the Sacred Heart and August’s devotion to the Immaculate Heart, July is an ideal time to connect our devotion to Jesus and Mary into deeper gratitude for the bond they share as well as to heighten our connection to the blood of the Lamb of God.
The Blood of Jesus is the source of salvation. It is the basis of the New Covenant. The night before His crucifixion, Jesus offered the cup of wine to His disciples saying, “This cup which is poured out for you is the new covenant in My blood.” The pouring of wine into the cup symbolized the blood of Christ that would be shed for all who would believe in Him. When He shed His blood on the cross, Jesus removed the Old Covenant requirement of continual animal sacrifice. That blood was not sufficient to cover the sins of the people, except in a temporary way, because sin against a holy and infinite God requires a holy and infinite sacrifice. But in those sacrifices, there is a reminder of sins year after year.
Christ's blood not only redeems believers from sin and eternal punishment, but His blood will purify our conscience from dead works to serve the living God (see Hebrews 9:14). Because the blood of Christ has redeemed us, we are now new creatures in Christ and by His blood we are delivered from sin to serve the living God, to glorify Him, and to enjoy Him for an eternity.
The Blood of the Savior is also a well of comfort for troubled hearts. Can anyone, with confidence, look at the Holy Blood that descends from the Cross without having the courage to go forward, despite the difficulties and challenges that may occur? A glance at the Cross should be able to drive away our fears and concerns. It should be able to instill confidence in our Savior, the One who did not rest until fulfilling His death on the cross for the sake our salvation. He, who was willing to do so much for us, is willing to redeem and forget the weaknesses of those who deeply repent. He who is willing to help us even though we might turn from Him, He still strengthens us when we are tempted and comforts us when afflicted. The Blood of Jesus must be to us like a Northern Star is to sailors, a guiding beacon.
Adoring his blood reminds us of all His sacrifice, and it also shows us how far man's wickedness can go when he straits from God's way. Let us profess that we owe to the Sacred Blood of Jesus all that we have in this life, and that we owe all that we will enjoy in a better and eternal life.
Finally, Celebrating the blood of Christ is also the occasion of an examination of conscience. To meditate on the blood of Christ is also to meditate on what cost our salvation, the blood of a whole God, and to ask God for the outpouring of his blood, to give us strength to lead a truly Christian life, so that we do not continue to shed his blood, but take advantage of it to reach eternal life.
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El Rincón Catequético: La Preciosa Sangre de Cristo
-Roman Flores
El mes de julio está tradicionalmente dedicado a la Preciosa Sangre, invitando a los católicos a meditar sobre el sacrificio redentor de Cristo y el derramamiento de su Preciosa Sangre por toda la humanidad. Justo entre la devoción de junio al Sagrado Corazón y la devoción de agosto al Inmaculado Corazón, julio es un momento ideal para conectar nuestra devoción a Jesús y María en una gratitud más profunda por el vínculo que comparten, así como para aumentar nuestra conexión con la sangre del Cordero de Dios.
La Sangre de Jesús es la fuente de la salvación. Es la base del Nuevo Pacto. La noche antes de su crucifixión, Jesús ofreció la copa de vino a sus discípulos diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre, que va a ser derramada en favor de ustedes." El derramamiento de vino en la copa simbolizaba la sangre de Cristo que sería derramada por todos los que creyeran en Él. Cuando derramó Su sangre en la cruz, Jesús eliminó el requisito del Antiguo Pacto del sacrificio continuo de animales. Esa sangre no era suficiente para cubrir los pecados del pueblo, excepto de manera temporal, porque el pecado contra un Dios santo e infinito requiere un sacrificio santo e infinito. Pero en esos sacrificios, hay un recordatorio de los pecados año tras año.
La sangre de Cristo no sólo redime a los creyentes del pecado y del castigo eterno, sino que Su sangre purificará nuestra conciencia de las obras muertas para servir al Dios viviente (véase Hebreos 9:14). Debido a que la sangre de Cristo nos ha redimido, ahora somos nuevas criaturas en Cristo y por Su sangre somos liberados del pecado para servir al Dios vivo, glorificarlo y disfrutarlo por una eternidad.
La Sangre del Salvador también es un pozo de consuelo para los corazones atribulados. ¿Puede alguien, con confianza, mirar la Santa Sangre que desciende de la Cruz sin tener la valentía de seguir adelante, a pesar de las dificultades y desafíos que puedan ocurrir? Una mirada a la Cruz debería ser capaz de alejar nuestros miedos y preocupaciones. Debe ser capaz de infundir confianza en nuestro Salvador, Aquel que no descansó hasta cumplir Su muerte en la cruz por causa de nuestra salvación. Él, que estaba dispuesto a hacer tanto por nosotros, está dispuesto a redimir y olvidar las debilidades de aquellos que se arrepienten profundamente. El que está dispuesto a ayudarnos, aunque nos apartemos de Él, todavía nos fortalece cuando somos tentados y nos consuela cuando estamos afligidos. La Sangre de Jesús debe ser para nosotros como una Estrella del Norte es para los marineros, un faro guía.
Adorar su sangre nos recuerda todo Su sacrificio, y también nos muestra hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando se aparta del camino de Dios. Profesemos que le debemos a la Sagrada Sangre de Jesús todo lo que tenemos en esta vida, y que debemos todo lo que disfrutaremos en una vida mejor y eterna.
Finalmente, celebrar la Sangre de Cristo es también la ocasión de un examen de conciencia. Meditar en la sangre de Cristo es también meditar sobre lo que fue el costo de nuestra salvación, la sangre de todo un Dios, y pedir a Dios el derramamiento de su sangre, que nos dé fuerza para llevar una vida verdaderamente cristiana, para que no sigamos derramando su sangre, sino que la aprovechemos para alcanzar la vida eterna.